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Generaciones

Yo sé que los de mi generación hemos experimentado tres cosas que van a evitar que prosperemos en la vida. Y a qué generación pertenezco, os preguntaréis. Pues he nacido entre lo que llaman Generación X y Generación Y. En la Generación X, aunque no existe un rango universal con fechas exactas, se suele incluir a las personas nacidas en los años 60 y hasta principios de los 80. No hay precisión tampoco respecto a las fechas de inicio y fin de la Generación Y. Los demógrafos suelen utilizar los primeros años de la década de 1980 como años de inicio y de mediados de la década de 1990 a principios de la de 2000 como años de finalización. Aunque el rango más considerado por muchos es desde 1986 hasta 1999. El término millennial se acuñó en 1987, en un momento en que los niños nacidos en 1982 iniciaban la educación preescolar y los medios de comunicación identificaron por primera vez su posible vínculo con el inminente nuevo milenio como la clase que finalizaría la educación secundaria en el año 2000. He nacido en 1982, por lo tanto digamos, que debido a la inexactitud de comienzo y fin de estas generaciones, estoy entre el final de una generación y el comienzo de otra, así que considero que tengo características de ambas.

Por ejemplo, viví la llegada del CD, el PC de escritorio, el pinball, el walkman, el fin de los casetes y videocasetes y el nacimiento de Internet. El boom del messenger, las salas de chat, la creación del CV digital, el pirateo y descargas ilegales a través de programas de dudosa procedencia. Y también viví la llegada del teléfono móvil de manera masiva a manos del ciudadano de a pie. Se acabó ir a la biblioteca a fotocopiar libros para documentarte. ¿Quieres aprender idiomas? Chatea con uno en la otra punta del mundo, eso sí, no mucho tiempo que hay que usar la línea fija de casa. He ido viviendo revolución tras revolución sin apenas darme cuenta. He cambiado mi forma de comunicarme, relacionarme con otros, de comprar, de buscar trabajo…

Pero aún no he llegado a mencionar esas tres revoluciones que van a evitar que los de mi generación, y en particular yo misma, prosperemos en la vida.

1.- Las ETTs, o lo que es lo mismo, el cáncer del sistema laboral. Entre 1993 y 1996, entre la finalización del gobierno de Felipe González y la entrada del gobierno de José María Aznar se gestó esta abominación que vienen siendo las empresas de trabajo temporal, o lo que es lo mismo, las agencias retribuidas de colocación que definían a toda persona, sociedad, institución, oficina u otra organización que sirviera de intermediario. Imaginaos la siguiente situación. Una empresa cuya empleada va a iniciar una baja maternal necesita cubrir esa plaza y que alguien siga manteniendo las tareas que ha venido haciendo. Obviamente esa persona tiene intenciones de reincorporarse a su puesto una vez finalizada su baja. ¿Qué se hace? Se llama a una empresa de trabajo temporal que se encarga de buscar al candidato, entrevistarlo, firmar el contrato con él y pagarle el salario. Se puede decir que para la empresa que necesita cubrir el puesto son todo facilidades, ¡no tiene que hacer absolutamente nada! Bien distinta es la situación en la que se encuentra el trabajador, pues como se suele decir, tiene que bailarle el agua a dos empresas. Con una tiene que dar la cara y representarla como si de un empleado de plantilla se tratara, solo cuando todo vaya bien. Porque cuando haya algún problema a quien debe recurrir es a la otra, a quien le paga. ¿Cómo que estás haciendo una hora de más todos los días? Pues dile a la empresa cliente que te lo ponga en tu parte de horas. Porque no te das cuenta de las horas que trabajas hasta que ves que por cada hora te van a pagar 5’75 euros… brutos. Cuando llega el final de la baja maternal, lo lógico sería que la trabajadora recuperara su puesto y funciones y aquí paz y después gloria. Pero no, resulta que la trabajadora, debido a la nueva adquisición en su familia, se incorpora con una reducción de jornada. Y a la persona que la sustituye se le ofrece también el puesto a media jornada, complementario de la trabajadora titular. ¿Por cuánto tiempo? Imposible de saber. ¿Hasta el fin de los tiempos? ¿Qué hace esa trabajadora sustituta? Buscarse otro empleo (no es que haya dejado de hacerlo en ningún momento) que por lo menos cubra la jornada completa.

Para quien no lo sepa en los salarios que se reciben de las ETTs está incluido todo. Es decir, el día que finaliza tu contrato te pagarán lo trabajado hasta el momento. Están incluidas las vacaciones y las pagas extras. Por lo que, si se te ocurriera caer enferma, tendrían que descontarte del salario los días no trabajados. Es lo que viene siendo un jornalero. Y es más, si tu baja se alargara más de lo que la empresa cliente pudiera aguantar sin ti, la ETT está obligada a proporcionarle otro candidato para sustituirte. Un sustituto para el sustituto, ¡lo nunca visto! He trabajado para bastantes ETTs y el principal problema para la trabajadora, a parte obviamente de precario salario y las condiciones, es la relación que se genera con la empresa a la que le prestas servicios. No estás incluida en la toma de decisiones, no se cuenta contigo para nada, simplemente te dejas llevar por la corriente. Como anécdota os contaré lo siguiente. Un verano me contrató una ETT para sustituir a una persona que se iba de vacaciones un mes. Y en febrero del año siguiente contactaron nuevamente con la ETT para ver si yo estaba disponible para esta vez una posición que no era de sustitución, sino de soporte a otro departamento, algo más estable. ¿Por qué la empresa no contactó conmigo personalmente? ¿Por qué recurrieron a la ETT? ¿Por qué pagar por un empleado 3 veces más a través de una ETT que contratándolo directamente, sin intermediarios? La vuelta a esta empresa fue como si no me hubiera ido. Todo el mundo me dio la bienvenida, se alegraron de mi vuelta, abrazos… Ojo, todo un sentimiento falso de pertenencia a un grupo que solo te ve como “servicios” cuando llega la factura de la ETT con las horas de tu trabajo. Así es, mi trabajo viene cotizado en una factura. Se acercan las navidades y el negocio ha ido muy bien. Se celebra una fiesta para celebrar el no sé cuántos aniversario de la marca en España, a la que sorpresivamente me invitan, y en ella se comunica que en navidades nos vamos a París, a la sede central de la empresa. Nos van a pagar un fin de semana en París con el billete de avión, la estancia en el hotel y la cena, y tendremos la oportunidad de conocer a los compañeros de otras sedes con las que trabajamos en la distancia todos los días. En unos días nos llegará un email para confirmar nuestra asistencia. Ingenua de mi, a una semana de la fiesta, le dije a mi supervisora que no me había llegado el mensaje. A lo que me contestó que lógicamente yo no estaba invitada, que no pertenecía a la empresa. ¿Cómo que no pertenezco a la empresa? Llevo aquí 10 meses, me habéis invitado a la fiesta donde me habéis dicho que estamos invitados, tengo que llevar un uniforme con vuestro logo y colores, tengo que responder al teléfono con el saludo corporativo, tengo que dar la cara por vosotros y responder a clientes insatisfechos. ¿No soy de la empresa? Pues por 5’75 euros (brutos) la hora, no.

Las empresas se aprovechan de la existencia de estas contrataciones por ETT para no hacer jamás indefinido a un empleado. ¿Les da miedo el vínculo que se pueda crear? ¿No te apetecería más tener a un empleado competente que realice sus tareas con eficacia y bien remunerado e integrado en un equipo de trabajo que estar constantemente enseñando a una persona distinta cada X tiempo?
2.- La burbuja inmobiliaria, otro cáncer, o lo que es lo mismo, cuando a alguien se le ocurrió pensar que si ponía a la venta su piso a 2 euros, ¿por qué no lo iba a poner a 6, a ver si venía algún imbécil y lo compraba? Y lo que es peor. Cuando a este tándem se unieron los bancos y repartieron hipotecas a mindundis mileruristas a diestro y siniestro a 40 años por pisos de 270.000 euros cuando no llegaban ni a 90.000. Ahí va la pareja ilusionada, ganando mil eurillos cada uno de ellos. Van a pagar unos 800 euros al mes de hipoteca. El salario prácticamente de uno de ellos se va en la hipoteca, pero aún así, el banco también les dice: Anda, cambiaros de coche. Y ella se queda embarazada. Después de tener al bebé y de incorporarse a su puesto de trabajo, a ella la despiden. En unos meses no podrán hacerse cargo del pago mensual. ¡Qué malos los tíos del banco! ¿Cómo pueden dormir sabiendo lo que está pasando esta familia? ¿De qué van a comer? ¿De qué van a vivir? ¿Cómo van a pagar las facturas? Los bancos viven de comisiones y de desgraciados como tú y como yo. Ese es su trabajo. ¿Qué os parecería una asignatura de “economía básica” en el colegio? Mi pareja y yo, hace unos meses decidimos comprarnos una casa, o por lo menos intentarlo, porque ambos habíamos alcanzado cierta estabilidad laboral. Fuimos a la inmobiliaria, fuimos al banco y hablamos con todas las partes interesadas. Resulta que hay que pagar en efectivo más o menos el 30% del valor de la vivienda. Llevo trabajando 18 años en las condiciones descritas en el punto nº1. ¿Cuánto es el 30% de nada?
3.- Y por si fuera poco, después de haber estado sufriendo en esta vida con trabajos de mierda y en casas de alquiler de mierda, dudo mucho que vaya a cobrar una pensión. Así que solo rezo para que mis padres me dejen algo en herencia, unas migajas, para tener un techo donde caerme muerta. Sé que si me quedo sin empleo, tendré un techo. Os cuento que a finales de los 70 mi padre ganaba, pasado a euros, 72 euros y mi madre 48. Se compraron un piso que costaba, en euros, 7.212 euros. Lo pagaron en 10 años. En ese lapso de tiempo tuvieron 2 hijos, en colegio privado hasta empezar la secundaria. Mi padre, camarero, mi madre, asistenta del hogar (más tarde ama de casa sin ingresos). Mi padre echaba 14 horas sirviendo mesas, libraba un solo día a la semana, el restaurante donde trabajaba iba tan bien que cerraban un mes y medio al año de vacaciones pagadas para todos los empleados. Hemos tenido siempre coche (modestos, nada extravagante), nada pagado a plazos (excepto la casa), vacaciones en la playa, sin lujos, lo que se dicen vacaciones familiares, pero eso sí, a todo tren: comidas fuera, papacompramé… Sin marcas ni gilipolleces, pero se vivía de puta madre. Con el salario de una sola persona salió adelante una familia de cuatro miembros.

Y ahora no te puedes independizar si no es compartiendo piso con otros cuatro borregos como tú, peleándoos por las baldas de la nevera y el cajón del congelador. Discutiendo por a quién le toca limpiar el baño. Ahora toca la mediocridad, aguantar hasta los 40 en casa de mamá y papá, con tu título de no sé qué cogiendo polvo entre las estanterías con los libros de Barco de Vapor de cuando eras niño.

Ahora, aun trabajando, somos pobres.

 

4.- Ahora en el nº 4, recientemente, he colocado al coronavirus, pero podría haber sido cualquier crisis, llamadlo como queráis. Porque en tiempos de crisis los empleados vemos con una claridad absolutamente prístina cómo nos tratan las empresas que nos tienen en nómina y cuál es realmente el compromiso de éstas con su plantilla. Ahora más que nunca quedará en evidencia las deslealtades de la empresas hacia sus trabajadores. Jamás España había experimentado una situación como esta. El empresariado español es muy cortoplacista, quieren ver beneficios muy rápido. Quieren montar una empresa y rápido ponerse los primeros de la lista y montarse en el dólar. Y para que eso pase con cierta rapidez hay que explotar de cierta manera a los trabajadores: echar más horas, apretar las tuercas… Es decir, dar más allá del 100%. Ahora más que nunca se descubrirán los trapos sucios que usan las empresas para estar donde están.

 

Hay mucha diferencia social, cultural y sobre todo generacional en cómo se ve la educación de los jóvenes actual comparada con la que tuvieron mis padres.

 

Mis padres vienen de entornos rurales donde la asistencia al colegio estaba mezclada con trabajos en el campo. Donde a veces había que faltar a clase para poder sacar algo de dinero de comer. Donde a las 3 de la tarde entraba tu padre en clase y te sacaba de la oreja, que se acabó, que había que ir a segar. Donde apenas había tiempo para jugar porque tenías que ocuparte, con apenas 7 años, de limpiar, cocinar, cuidar a tus hermanos y lavar ropa. Y no lavar ropa en una lavadora, sino en el río, donde había que romper con piedras el hielo para poder usar el agua. Parece que estoy hablando de la posguerra o algo así, pero mis padres nacieron a mediados de los años 50. Donde mi abuela materna se casó estando embarazada de 7 meses de mi madre y el sacerdote tuvo que mencionar, en una ceremonia prácticamente clandestina, que ese era un hijo del pecado, concebido fuera del matrimonio, cosa que la persiguió durante su vida en el pueblo y el sacerdote no dudaba en recodárselo a cada momento que la viera. No había Reyes, ni Papá Noel, todo se compartía, la ropa se heredaba, se remendaba y se volvía a usar hasta que no quedaba tela. Ese era el mejor regalo que podías recibir: unos pantalones “nuevos”. Mi madre me cuenta que uno de los regalos de Reyes que recuerda fueron unas naranjas y un bote de Nocilla, que obviamente compartió con sus 5 hermanos. ¿No es triste? Esta es una pequeña introducción para que os hagáis una idea de que con solo una generación de por medio, las diferencias son abismales entre la vida que han llevado mis padres y la que estoy llevando yo. Los castigos físicos eran habituales. Si hacías algo mal el maestro te pegaba, y luego llegabas a casa y en vez de encontrar consuelo en tus padres, ellos te volvían a pegar, porque “algo habrías hecho”.

 

¿A cuántos de nosotros nos han puesto como ejemplo un limpiador, una cajera de supermercado, una asistenta del hogar para no acabar como ellos? Si no estudias acabarás como ella. ¿Quieres acabar como ella? ¿Quieres limpiar y quitar mierda a los demás? No, no quiero acabar como ellos. Pero luego lo piensas y dices ¿acabar cómo? ¿No están trabajando y ganando dinero como yo?

 

He hecho todo aquello que se me exigió que hiciera para conseguir una buena posición en la vida. Estudié, y además estudié lo que quise. Puedo decir que mis padres no me obligaron a estudiar nada que no quisiera. No quise ir a la universidad, no pasa nada. Tomé otros caminos igual de provechosos. Invertí en mi educación pero aquí estoy, sobreviviendo. No se me dado a cambio aquello que esperé por mi esfuerzo y dedicación.

Ya no somos niños

¿Es aceptable que un niño orine en la calle? Muchos dirán y se excusarán que es un niño, que es normal que no se pueda aguantar. Es responsabilidad de los padres que no tengan que poner a sus hijos a mear en la calle. ¿Y un adulto? Por esa regla de tres “tampoco se puede aguantar”.

La calle de debajo de mi casa huele a meados que te dan hasta arcadas cuando pasas caminando. Y además sabes perfectamente que no son orines de perro. Es un sitio con poca luz de noche, al resguardo de los coches aparcados y hay gente que prefiere mear ahí antes que en su casa.

Hay ciertos comportamientos que sigo sin entender su porqué, como éste, o escupir por la calle, o hurgarse los restos de comida con cualquier cosa que se tenga a mano, eructar en público… Hay actitudes que permitimos en niños y hay gente que cree que sigue siendo niño.

Cerda y desconsiderada

Hace más de dos años que hay un ciclomotor averiado atado con una cadena en una de las farolas de mi calle. Entorpece el paso con sillas de bebés, de ruedas, carros de la compra y se hace complicado pasar más de dos personas en paralelo, cuando, de no ser por la moto, sería una tarea fácil. Está en un estado deplorable, mugroso, sin retrovisores, con el asiento roto y la cadena se ha oxidado no sólo del agua de lluvia sino también de los orines de los perros y los no perros. No es que la haya estado vigilando pero jamás he visto a nadie usándola.

Hoy ha venido la grúa y la policía a retirarla y los propietarios se han puesto como unos energúmenos. Ahora se sienten agraviados porque el servicio de limpieza del ayuntamiento ha cortado con una radial la cadena y la policía ha venido con la grúa para llevársela. Supongo que habrán hecho sus averiguaciones y probablemente esa moto no tenga ni seguro ni pague impuesto de circulación. Por lo que no tiene derecho a estar más en circulación.

Los dueños han montado todo un circo alrededor de este asunto, incluso llevándose el ciclomotor y escondiéndolo en el portal del edificio, con la consiguiente molestia hacia los vecinos.

En fin, el espectáculo que he presenciado ha sido digno de un circo. Se supone que han contactado con el propietario para darle un toque de atención antes de suceder lo que ha sucedido hoy. Si tienes un vehículo averiado ocupando la calzada o la acera en este caso, es tu responsabilidad retirarlo. Es más, el servicio de desguace en Madrid es gratuito. Llamas y vienen sin ningún coste a retirar el vehículo. Pero no, es mejor que la moto acumule mierda y entorpezca el paso a los peatones y cuando vengan a retirarla, montes en cólera como si en algún momento de todo este tiempo te hubiera importado el estado de la moto.

La gente es cerda y desconsiderada.

Dos anuncios

He visto dos anuncios que están actualmente apareciendo en televisión que me han hecho recapacitar. Diré los nombres de los productos comerciales (no me llevo ni comisión ni nada, de hecho los voy a poner a parir).

Uno de ellos es el nuevo Ambipur para vehículos, vamos, ambientadores para coches. Dice algo así como «¿No te gusta ese aroma a limpio en tu coche (se ve al individuo frente al volante aspirando los  aromas de, en teoría, un coche recién lavado y aspirado) antes de que entre tu familia? (y aquí entran los niños con zapatos sucios, con bolsas de patatas y juguetes poniéndolo todo asqueroso). Y luego dice: No te preocupes, con el nuevo Ambipur tu coche siempre olerá como recién limpio… (y aquí viene el final) AUNQUE NO LO ESTÉ». ¡Toma esa!

Imaginaos el mismo anuncio pero para desodorante. Un vagón de metro hasta la bandera, plena hora punta mañanera en Madrid. Un tío mugroso agarrado a la barra de sujeción, junto con otras 300 personas. Y que el anuncio dijera: Olerás como recién duchado, aunque no lo estés. Pasa de la ducha, nuestro desodorante te la ahorra.

Y el otro es de Jazztel. Su logo es: Te cambiarás por el ahorro, te quedarás por el servicio técnico. Una cosa es que anuncies que tienes tarifas más baratas. Pero proclamar que te quedarás por el servicio técnico es proclamar que tu servicio es una mierda y que tendrás que recurrir al mismo bastante a menudo.

Imaginaos un seguro médico que anunciara tarifas más baratas que otros de la competencia, pero que a la vez te dijera que sus médicos son muy majos y guapos. Pues señores, no me convence.

 

Esas celebraciones, reuniones familiares o de amigos que no tenemos porqué ir

  1. Bautizos/Comuniones. De verdad, no me invitéis a bautizos/comuniones de primos, ni de hijos de primos ni de conocidos. El niño/a no va a notar mi ausencia. Ya no es por el desembolso que supone comprarse un vestido medianamente bonito/barato ni el regalo del/a susodicho/a, si no que la celebración me toca los huevos. Y además, ¿por qué tomas decisiones por él? ¿Por qué no esperar a que él/ella sepa si se quiere bautizar? ¿Hasta qué punto la religión es un punto importante en tu vida para que se lo quieras inculcar a tu hijo/a? Y no me digas que vas a misa todos los domingos…
  2. Babyshower. Sí, la mariconada esta de reunirse las mismas borrachuzas de tu despedida de soltera, pero ahora, en vez de regalarte diademas con pollas con velo de novia, te regalan pañales y sonajeros.
  3. En la misma categoría entran las despedidas de soltera. Si ya me cabrean las bodas, las despedidas ni te cuento. Ahí está la novia con ese pollón en la cabeza, con un Martini en la mano y el rímel churretoso gritando: Chicasssss… sois las mejores…. De verrrgdad… soisss… guayssss.
  4. Bodas de parientes con los que no comparto ni un apellido. En esta categoría también entran las famosas bodas de “tengo que ir/tengo que invitarlos porque los padres de la novia invitaron a mis padres a su propia boda”. Es más, sin consultar ni nada, un día te llega la invitación a casa (porque tu madre le ha dado tu dirección). Y es fantástico ver cómo las cosas han cambiado. Ahora, al pie de página de la invitación ya no pone “se ruega confirmación”. Ahora ponen el número de cuenta corriente. Como diciendo: Nos da igual si vienes o no, pero ingresa aquí la pastuza.
  5. “Ir por quedar bien” o “para que te vean”. Anda, pásate por el hospital/tanatorio/funeral para que te vean, para que vean que has ido. La gente es hipócrita. Uno va a los funerales o tanatorios u hospitales por la persona en cuestión, no por los demás. Uno va a funerales por mostrar respeto al que se marchó. Es cierto que no lo va a ver, pero está en el corazón de cada uno los motivos por los que quieres estar en el último momento con alguien que significó algo en tu vida. Cuando alguien importante ya no está y sientes tristeza, el quedar bien no significa nada.

Cosas que me molestan vol. II

Este es el volumen II. No os perdáis el volumen I.

1. La gente que va con gafas de sol en el metro. Sólo aceptable en esos tramos de recorrido no underground.

2. Las marujas viejunas malpintadas, malvestidas, malpeinadas y que encima van de señoronas súper dignas mirando con amago de pulcritud a todo lo que se le acerca (también abundan en el metro).

3. Esos tíos que se creen que están buenos sólo por llevar una camiseta ajustada, luciendo un bíceps grasiento, un pecho grasiento y una generosa lorza.

4. Las chonis de barrio que se chillan entre ellas aún estando rodeadas de gente (qué infernal lugar puede llegar a ser el metro a veces…)

5. Las llamadas perdidas cómo petición para que llames tú. Sobre todo a partir de la tercera…

6. Las abreviaturas del archidivulgado idioma SMS. Al menos algunos textos me recuerdan a Kevin Spacey en K-Pax y me río un rato yo sola… Sobre todo cuando se ven en un medio que no es un móvil. Entiendo que en el teclado del móvil sea difícil, pero no en el del ordenador.

7. La gente que lleva tan sumamente caídos los pantalones que le caben hasta billetes sin doblar y a lo largo en la hucha:

a)    Familiarízate con el concepto cinturón.

b)    Cuando la cinturilla del pantalón se desliza desde la cintura hasta la mitad del glúteo arrastrando consigo la ropa interior y no lo sientes, es un síntoma bastante jodido de un problema en el sistema nervioso. Háztelo mirar.

c)    Si lo sientes y te da igual eres un guarro.

8. Las que nunca saben qué ponerse teniendo el armario lleno e invariablemente pasan por eso varias horas en cada ocasión para luego ir siempre igual. A mí que me lo expliquen…

9. Que te metan un bloque de publicidad más largo que un día sin pan a 5 minutos de que acabe el programa.

10. Los e-mails que empiezan por FW:, RE: FWWWWW:, REEEE. Que sepáis que los borro todos sin ni siquiera abrirlos, por mucho que me pongáis que es buenísimo con 27 íes.

11. Los precios acabados en ’99. Hace años que dejó de funcionar ese truco para bobos.

12. Los anuncios de detergente y demás sucedáneos de publicidad para chimpancés.

13. La mayoría de las películas recientes que parecen la hostia en el tráiler y luego son una puta basura. Dentro de poco tendrán que incluir una nueva categoría: ÓSCAR AL MEJOR TRAILER. Cómo hacer que un bodrio de campeonato parezca la película del año.

14. Que me agregue gente al FACEBOOK que no conozco.

15. Las monedas de 1, 2 y 5 céntimos de euro. Además, qué tendrán que dejan un pestuzo en las manos repugnante.

16. Que me quieran subir el alquiler del piso todos los años. Menuda forma de querer mantener al inquilino. Al final voy a ser la única gilipollas del barrio que paga más de 700€ por un piso de 55m² y 2 habitaciones, y todo por la subida anual. Me sale más a cuenta cambiar de piso cada año.

17. Las toallas que no secan.

18. Las esponjas que absorben el jabón en lugar de ayudar a aplicarlo haciendo espuma.

19. Que quieras incrementar mi interés por una película contándome «un poco» de qué va y al final me la destroces.

20. Los taxistas leeeeeentos, los que se hacen los sordos y/o los tontos y se «equivocan» de recorrido, los que llevan la SER o la retransmisión de algún partido que poco me importa a toda castaña en la radio y no se preocupan en bajarlo por si te molesta.

21. Los vigilantes de metro que se quedan mirando luciendo su placa de guarda jurado frustrado cómo una pobre señora no se apaña para entrar con el carrito del bebé por esas jodidas puertas que para más cojones ponen «apertura fácil» en las que más cuesta abrir.

22. Que se me venga encima la cortina de la ducha y se me pegue en el cuerpo.

23. Los piercings de bola de plástico blanca/negra en el lateral del labio. ¿No te das cuenta de que parece otro rebosante grano de pus en tu apubertada y desgraciada cara?

24. Que sigan llamando “humor inteligente” a todo paleto que se pone a hablar durante más de 6 minutos intentando parodiar la vida cotidiana rayando hasta lo excesivo la exageración como único recurso para sacar alguna sonrisa de vez en cuando.

25. No poder cambiar el PIN2 porque siga sin venir en la información de las tarjetas SIM y que siga existiendo cuando nunca ha servido para nada.

26. Los idiotas que se creen eso de: «3. Seleccionar todos tus amigos (importante: tienen que ser todos para que funcione)». ¿Qué complejísimo programa crees que hay detrás de esas aplicaciones capaz de detectar si has invitado a toda tu gente o no para funcionar? Seguro que tú eras de los que te ibas detrás de los señores con gabardina y gafas de sol que te ofrecían caramelos en la puerta del colegio, eh tontorrón… (y de los que re-envían los e-mails a 15 personas en menos de 50 minutos para no morirse en los próximos 30 días)

27. El desfase de audio sobre la imagen en los capítulos y películas que me descargo de internet

Las leyes

Hay personas a las que les molestan las leyes. Hay personas que piensan que las leyes están para fastidiar. Nada más lejos: las leyes están para protegernos. Pero aún así algunos piensan que, por ejemplo, el hecho de que haya una señal de prohibido ir a más de 90, significa que “a mí me la sopla, voy a ir a 120, nadie me tiene que decir a cuánto debo ir con mi vehículo”. Si la carretera está estipulada a 90 es porque no reúne las condiciones para ir a más velocidad. Esto es un simple ejemplo.

 Hay gente que protesta por todo aquello que es beneficioso para el buen funcionamiento de la sociedad. Hay gente que no es capaz de mantener un buen comportamiento. Y que luego protesta incluso más cuando al no respetar esas normas de conducta, se ve sancionado; despotricando contra el estado, el gobierno y la madre que parió a todos ellos.

 El sentido común prima en muchas situaciones pero aún así parece ser que necesitamos carteles que nos recuerden que no se puede orinar en las piscinas, que no se debe robar el papel higiénico, que se debe dejar salir antes de entrar, que el último que llega es el último que entrará y que aunque tú quieras ir a 200 por hora hay gente que siente respeto ya no por su propia vida, sino por la de los demás.

Hay personas que estarían mejor viviendo entre animales, pero es que entre animales también hay leyes, todas en beneficio común de la supervivencia del grupo o manada.

Las leyes están para facilitarnos la convivencia. Hay gente a la que no le interesa estar a gusto con los demás.

Los niños y los modales

Cuando era pequeña, y creo que a como todos los niños nos ha pasado, era aburrido salir con nuestros padres cuando iban a ver a otros adultos, ya fueran familiares o amigos. Hablaban de sus cosas, de sus chistes y bromas que no entendíamos, se fumaban sus cigarrillos o jugaban a las cartas. Y afortunado/a eras si tenías hermanos o allí había primos o niños de tu edad. Te acercabas sigilosamente al oído de tu madre y susurrabas: Mamá, ¿cuándo nos vamos? Y ella, sabiendo que no era cierto, te soltaba un: En cinco minutos, cariño. Ya terminamos.

Allí pasabas la tarde entera con instrucciones muy claras: NO MOLESTES. Eran normas de tus padres y había que cumplirlas.

Ahora vas a cualquier sitio y encuentras niños dando por culo por todas partes. No se libra ni un solo sitio: ni el cine, ni el restaurante, ni el avión, ni cualquier tienda… en todas partes tiene que haber un mocoso berreando. Y lo que es peor… padres totalmente carentes de autoridad pasando absolutamente de todo. No estoy hablando de bebés, que, evidentemente no se les pueden dar órdenes e inculcar una educación de reglas muy básicas. Hablo de niños de colegio totalmente asalvajados. Pero como digo, aquí la culpa no es de los niños.

Ejemplo muy sencillo. Vas a un restaurante un sábado por la noche, de cierta categoría a celebrar lo que quieras con tu pareja o amigos. No hablamos de un burguer donde es evidente que pueda haber niños. En la mesa de al lado se sientan dos matrimonios con dos o tres niños, sean del sexo que sean, de unos 4 ó 5 años. Los padres están a su bola y los niños… a la suya, o lo que es lo mismo, dando por culo a todos los comensales. Gritando, jugando con los cubiertos, levantándose de la mesa, metiéndose debajo… Comer no comen, pero joden que da gusto. Como anécdota os diré que a alguien se le ocurrió acercarse a la mesa y pedir, por favor, que dijeran algo a los niños. Uno de los padres, ni corto ni perezoso, dijo que estaba incluido en el precio. A lo que el molestado le reprendió: Ese precio lo habrá pagado usted, pero no los demás. Y visto que no le hicieron ni puto caso, pagó la cuenta y se marchó. Si el camarero o maître hubiera llamado la atención a los padres lo mismo se hubieran sentido ofendidos pero hubiera sido una buena nota de atención. Si yo hubiera sido ese maître les hubiera dicho un par de palabrejas.

Hay que soportar las pataditas en el asiento del avión, los “¡mamá, mira!” constantes (la madre ni puto caso, claro), los lloros porque la comida del restaurante no les gusta, los correteos incesantes entre probadores y parabanes.

Muchas veces cuando salgo por ahí y me preguntan dónde me quiero sentar me dan ganas de decir: Donde no haya niños.

Hace unos meses estuve de vacaciones en Tenerife y fui a dar a un guiri-hotel. El 90% del los ocupantes era extranjero, personal incluido. Vi a los niños extranjeros comportándose correctamente, como adultos, caminando en orden por el restaurante-buffet, sin alzar la voz… Había un niño de un año más o menos sentado en esas tronas que les ponen a los niños para que alcancen a la mesa, usando su propia cuchara y comiendo su papilla, y los padres tranquilamente charlando mientras desayunaban. En cuanto oías gritos sabías perfectamente que al mirar ibas a encontrarte a una pareja española con dos criajos metiendo berridos. Entre padres e hijos oías “please”, “thank you”… ¿Cuándo habéis oído a un niño pedir a su padre que le pase un tenedor “por favor”?

¿Se les inculca a los niños de hoy que hay que tratar de usted a los adultos? ¿Decir buenos días o saludar cuando se entra en un sitio y hay más gente? ¿Que hay que pedir permiso para entrar en una habitación? ¿Que hay que pedir por favor cualquier cosa que genere una molestia a los demás? A veces dudo de que los padres lo sepan. Sugeriría ciertas pruebas psicológicas antes de ponerse a procrear y dar un carnet de “habilitado para la procreación”. Porque visto lo visto hasta el momento he perdido toda fe en que un día un niño, mientras hable con su amiguito, le diga a su padre mientras éste los interrumpe: Disculpa, estamos hablando los menores.

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Lo que me molesta de los conductores

La mala conducción no es debida únicamente a la falta de civismo, de respeto y de responsabilidad hacia el resto de conductores de una vía, aunque sí podríamos decir que forma parte de la base principal.

Además, los malos conductores no tienen asumido lo que debe ser un “vehículo a motor”, y no es otra cosa que una maquinaria práctica y confortable para desplazarse ante una necesidad. Los muy gilipollas consideran a sus vehículos como una prolongación de sus cuerpos, porque se desplazarán en el mismo aun tratándose de ir a la vuelta de la esquina, porque para ellos es una moda, su forma de “vestir” con sus cuatro chapas y el color, su música con ventanillas bajadas para dejarse notar, incluso quemar gasolina a base de derrapes que no les llevan a ningún sitio concreto, pero lo aparentan mientras circulan orgullosos y a la “moda”, como si del más chuli se tratara.

A todo lo anterior unimos que circular en su propio vehículo les origina cierta euforia y engrandecimiento, cuando en realidad, los muy mierdas no son absolutamente nada cuando caminan a pie.

En definitiva, para muchos nefastos e irresponsables conductores, la adicción al coche por los motivos anteriormente citados, son más importantes que el cumplimiento de las normas de circulación, porque dicho sea de paso, guardar una formalidad en su cumplimiento no les mola, es como ir de bueno conformista, y por ello prefieren ir de rebeldes a los mandos del vehículo con el que tan seguros se sienten, porque los muy gilipollas creen que así se convierten en unos crack. Generalmente suelen ser los típicos niñatos, aunque se conocen casos de personas adultas. Desde luego tienen más pecado estas últimas.

El conductor español y en particular, el madrileño, es egoísta. Siempre es “yo, yo,  yo y yo”. Yo tengo que tomar este desvío y lo voy a hacer ahora venga quien venga. Yo tengo que aparcar enfrente de este bar pero como no hay sitio voy a aparcar en doble fila o en el carril bus. Yo tengo que aparcar en este sitio y meteré mi coche aunque tenga que golpear al vehículo de detrás o de delante.

El conductor español también sufre de amnesia. No recuerda que en cuanto se baje del coche será peatón. Y si le jode que un peatón se cruce por la calzada y le haga reducir velocidad lo mismo joderá a otro conductor cuando él mismo actúe igual.

Cuando me preguntan qué es lo que más me molesta de los conductores cuando voy en mi moto, lo numero en 5 situaciones:

1.    Que se crean que me voy a picar porque se me peguen al culo o al lado o me pongan miraditas en un semáforo.

2.    Que se crucen por mi camino a toda hostia para meterse en un desvío… que tiene un semáforo en rojo.

3.    Que se crean que me compré una moto para fardar. La compré por los mismos motivos que tú te compraste un coche: comodidad e independencia.

4.    Que no usen los intermitentes para indicar maniobras.

5.    Y sobre todo que no asuman que por pequeño que sea el golpe que me den, yo voy al suelo y mi cuerpo lo sufre.

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A los jóvenes nadie les debe nada

Decía el gran Mark Twain: «No ande por ahí diciendo que el mundo le debe su sustento. El mundo no le debe nada. Estaba aquí antes». Los tiempos cambian y actualmente la gente no sólo cree que el mundo le debe su sustento: también tiene que ponerle un piso, darle un trabajo y pagarle una pensión.

Eso al menos es lo que parece que pide el nuevo movimiento de extrema izquierda, colaborador en la preparación del 15-M y la famosa acampada de Sol, que trata de sacar provecho al descontento juvenil (40% de paro) para lo de siempre: más socialismo.

Una lectura del manifiesto «Juventud sin futuro», firmado por profesores y otros profesionales de vivir de lo público que no creo estén muy afectados por la crisis, deja bastante claro que en realidad lo que quieren estos revolucionarios es que todo siga exactamente igual que ahora. La educación debe quedarse tal como está, porque ellos son la generación mejor preparada de la historia; las condiciones laborales, ni tocarlas: gracias a los sindicatos y a la negociación colectiva, los trabajadores tienen derechos; y, por supuesto, que los pisos no los vendan los malvados especuladores, sino que sea el Estado el que se encargue de repartirlos socialmente.

Dicen señalar a los culpables de la crisis, pero, aparte de la socorrida alusión al capitalismo, no se sabe a quiénes acusan. No hay un chivo expiatorio claro, y, puestos a movilizar a las masas, cuanto menos tengan éstas que pensar, mejor.

En todo este maremágnum revolucionario/conservador hay algo que sí moviliza a la juventud: la idea de que la sociedad le debe bastante y no está cumpliendo con su obligación. Pues bien, es una demanda que merece una respuesta muy clara por parte de la sociedad, y voy a intentar darla en su nombre.

Cuando las personas nacemos, no servimos para mucho: comemos, dormimos… y lloramos cuando no podemos comer o dormir. Nuestros padres u otras personas se encargan de nosotros durante esta etapa, y nos cuidan hasta que nos desarrollamos y aprendemos a valernos por nosotros mismos. En otras especies, de lo que se trata es de saber cazar, recolectar frutos y huir de los depredadores. En cambio, los seres humanos, para poder sobrevivir, necesitamos aprender algo mucho más complicado… y productivo: servir a los demás miembros de la sociedad. 

A nadie le gusta servir a otros. Todo sería mucho mejor si cada uno se pudiera dedicar a lo que quisiera y recibiera por ello lo necesario para vivir. Pero, mira por dónde, vivimos en el mundo real, un mundo donde los recursos son limitados; para conseguirlos tienes dos opciones: robarlos o intercambiar tus servicios por ellos. Y para poder intercambiar tus servicios por algo tan valioso como una casa o un salario no te queda más remedio que adecuarlos a algo que la sociedad valore lo suficiente.

Por lo tanto, antes de afirmar que la sociedad te debe algo, pregúntate qué has dado para merecer ese pago. Si la respuesta es: «Nada», es que estás intentado quitar a la sociedad algo por lo que no has pagado. En otras palabras: la estás intentado robar. Y la sociedad no son sólo los banqueros o las multinacionales; la sociedad son tus tíos, el vecino de enfrente, el padre de tu mejor amigo y el panadero que se levanta a las 4 de la madrugada para hacer el pan que tanto te gusta.

¿Esto quiere decir que la juventud no tiene derecho a protestar? Todo lo contrario, porque de la misma manera que la sociedad no le debe nada, la juventud tampoco debe cosa alguna a la sociedad. Por lo tanto, no tiene por qué pagar las pensiones de gente que contribuyó a un sistema piramidal, ni tolerar leyes que privilegian a los trabajadores en activo por encima de los que se acaban de incorporar al mercado laboral; ni que se le hipoteque para sostener a cajas y promotoras que no quieren vender sus activos (pisos) a precios de mercado.

En definitiva, en vez de intentar robar a la sociedad, los jóvenes deberían intentar que cierta parte de la sociedad dejase de robarles. Aunque, claro, para eso que no cuenten con los abajofirmantes habituales: es lo que tiene ser un revolucionario financiado por el Estado.